“Un símbolo no concede un mensaje preciso, actúa como un espejo que refleja el nivel de conciencia del buscador.”
–A. J.
Podría decirse que uno de los aspectos primigenios de la humanidad remota más allá de la supervivencia es la relación con el arte. No obstante, la concepción de arte como la entendemos hoy, o incluso una palabra muy compleja de nuestro vocabulario, no sería cognitivamente equiparable a aquello que los primeros humanos buscaban emanar al realizar los trazos que con tinta o cincel[1] plasmaban en las profundidades de las cuevas por las que se arrastraban arriesgando su vida durante kilómetros.
El misterioso carácter de las cavernas donde se realizaba este arte, así como la peligrosa empresa de realizar un viaje a lo profundo del inframundo –pues qué oscuridad más recóndita que la de aquellas cuevas–, habla del aspecto sacro de las grutas que serían los primeros sitios religiosos –en el sentido etimológico de la palabra: religare, “volver a unir”–. Los espacios donde se volvía a la Fuente para crear a través de ella, para reflejar de forma física –para sí mismos o para el resto de valientes– aquél pensamiento místico que le daba vida a todo lo que les rodeara y que les permitía entrar en contacto con la esencia de la misma.
Como primeros sitios religiosos de una forma de vida matrifocal, (Piquero, 2017) el homo sapiens veía a las cuevas no solo como la analogía perfecta donde se podría regresar al inicio –o al final–; a la no vida, al no cuerpo, sino porque además se asemejaba al lugar primario de donde la vida surge, oscuro y húmedo: el útero de la madre. Es en este escenario donde convergen la sacralidad del lugar perfecto y la necesidad de manifestación proveniente de lo que Platón llamaría “El mundo de las ideas” que surgen los primeros símbolos que, más de 70,000 años después, aún impactan al inconsciente del hombre moderno de forma profunda.
El físico y escritor Robert Lomas narra en su estudio semiótico “Símbolos de la Masonería” (2019) todo el camino hacia el cual puede rastrearse el propósito simbólico de las primeras manifestaciones rupestres y las diferenciaciones entre sí. Establece que las características intrínsecas de un símbolo, comprendido como “un medio pictórico que evoca un concepto en su totalidad” cumple su propósito a raíz de la separación de hemisferios que ocurre en nuestro cerebro y permite que en los momentos de inhibición del hemisferio izquierdo pueda enaltecerse la capacidad de síntesis abstracta del derecho, logrando integrar el significado de un símbolo aún si este no puede ser explicado de forma lógica, oral o escrita: “Mientras que el intelecto analiza, el corazón sintetiza”.
Aunado a esto, Lomas establece que el símbolo viene dotado de un poder que implica la capacidad de recrear la esencia de un objeto material en su forma más abstracta y perfecta, pues “aunque nunca podamos dibujar un cuadrado perfecto, un triángulo […], sabemos que lo son porque nuestra alma conoce sus formas simbólicas perfectas”. A esto añade que “existe una realidad que subyace la conciencia humana normal y a la que solamente se puede acceder a través de los símbolos”. Esto implicaría que, contrario a lo que solemos pensar, estos ancestros tenían una desarrollada capacidad de abstracción no necesariamente ligada a la necesidad de explicarse los fenómenos naturales a través de espíritus místicos o deidades omnipotentes, sino a la capacidad de abstraer la esencia viva de todo aquello que conformaba su realidad. “El animismo es una denominación que crea el antropólogo británico, Edward Taylor, según la cual el ser humano de las culturas primitivas concibe o experimenta que todo está vivo, que todo está imbuido de alma” (Piquero, 2017).
Por otra parte, de acuerdo con los estudios antropológicos, se sabe que el humano desarrolla el habla hace aproximadamente 200,000 años, sin embargo, descubre el lenguaje visual de los símbolos hace 70,000. En su estudio, Lomas cita los reportajes del Time de Londres:
Un par de ornamentos decorados que fueron desenterrados en una cueva sudafricana tienen más de 70,000 años de antigüedad, lo que demuestra que los seres humanos tenían un pensamiento abstracto y podían apreciar la belleza mucho antes de lo que generalmente se creía.
En este sentido, analizando construcciones primigenias como el Anillo de Brodgar en Escocia, se puede ubicar temporalmente el comienzo del uso ritual de los símbolos tanto en procesos litúrgicos como en la formación de estructuras religiosas (Lomas, 2019). El autor indica además que los primeros símbolos que se trazaron no eran los de formas antropomorfas, teriántropos[2] o animales, sino trazos geométricos, cuestión que hace referencia a que dentro de la participación mística[3] el pensamiento abstracto se traducía en líneas, triángulos, rombos, círculos y espirales: “Los símbolos más antiguos dibujados por los humanos modernos se remontan a 70,000 a.C. y eran geométricos. Hacia 35, 000 a.C., se dibujaba una mezcla de símbolos pictóricos y geométricos en toda Eurasia y el norte de África” (Lomas, 2019).
SIMBOLISMO GEOMÉTRICO PARIETAL
El Círculo
“Hemos advertido que todo lo que hacemos los indios tiene forma de círculo, y es así porque el Poder del Mundo siempre trabaja en círculo y todas las cosas tienden a ser redondas. El firmamento es esférico y he oído que la Tierra es redonda como una bola y que las estrellas también lo son. El viento en su mayor magnitud da vueltas. Los pájaros hacen sus nidos en forma de círculos, pues su religión es la misma que la nuestra. El Sol aparece y desaparece describiendo un círculo en el cielo, la Luna hace lo mismo y ambos son redondos. Incluso las estaciones, en sus metamorfosis, describen un gran círculo y retornan siempre a su punto de partida. La vida humana es un círculo desde una infancia a otra y así es en todas partes donde se mueve esta energía. Nuestros tipis eran redondos y estos, siempre se colocaban en círculos, formando el aro de la nación, un nido de muchos nidos, allá donde el Gran Espíritu se propusiera formar a nuestros niños”.
–Alce Negro
De acuerdo con Jack Tresidder, el círculo –ubicado en muchas de las manifestaciones paleolíticas alrededor del mundo– representa “totalidad, perfección, unidad, eternidad, símbolo de integridad que puede incluir ideas de permanencia y dinamismo […]. El círculo es la única forma geométrica sin divisiones y similar en todos los puntos”. El autor indica que para los neoplatónicos, el círculo encarnaba a Dios, “el centro no concursito del cosmos”, estableciendo además que “es una forma potencialmente sin principio ni fin, es el más importante y universal de todos los símbolos geométricos en el pensamiento místico”. Aunado a esto, fue utilizado como base litúrgica en todo el mundo; fuegos, altares, ceremonias circulares, giros chamánicos, señales megalíticas y neolíticas –como el ya mencionado Anillo de Brodgar–. Debido a su relación con la Totalidad, de donde todo emana, el círculo –o la esfera– adquiere también un significado de protección. Asimismo, “representa la armonía incluyente, como en la Mesa Redonda del Rey Arturo […] o los círculos entrelazados (como en el moderno emblema de los juegos Olímpicos) son otro símbolo de unión”.
Tresidder indica posteriormente:
“El dinamismo se añade al círculo en las muchas imágenes de discos con rayos, alas o flamas que se encuentran en la iconografía religiosa, en especial la sumeria, egipcia y mexicana. Simbolizan el poder solar o fuerzas cósmicas creativas y fertilizantes. Los círculos concéntricos pueden representar las jerarquías celestes, niveles en el más allá o, en el budismo zen, etapas del desarrollo espiritual. Tres círculos pueden representar a la Trinidad divina de los cristianos pero también a las divisiones de tiempo, los elementos […] un círculo puede ser masculino (como el sol) pero también femenino (la matriz maternal). Un círculo (femenino) sobre una cruz (masculina) es un símbolo de unión en Egipto, también conocido en el norte de Europa, Medio Oriente y China. […] Un punto dentro de un círculo es el símbolo astrológico del sol y el símbolo alquimista del oro.
El círculo combinado con el cuadrado es un símbolo arquetípico para Jung de la relación entre la psique y el ser (círculo) y el cuerpo o la realidad material (cuadrado). Esta interpretación es sustentada por los mandalas budistas en lo que cuadrados dentro de círculos representan el paso del plano material al espiritual. En el pensamiento occidental y oriental, el círculo alrededor de un cuadrado representa el cielo rodeando a la Tierra. Los domos, bóvedas o cúpulas redondos incorporan el simbolismo celeste de la decoración Redondeada en iglesias románicas o en templos paganos en una arquitectura basada en el cuadrado, la cruz o el rectángulo. […] Cuadrando el círculo la tierra geométricamente imposible de formar un círculo de una serie de cuadrados era una alegoría alquímica y del Renacimiento de la dificultad de construir la perfección divina con materiales terrenales. Por otro lado, la imagen cabalística de un círculo dentro de un cuadrado simboliza la chispa divina dentro de un cuerpo material”.
Es por tanto que el significado del círculo puede sintetizarse como la Unidad Divina y sus representaciones en escala. Esta acepción tiene también representaciones dentro de la psique del hombre primitivo y del hombre moderno, pues el primero contenía una integración natural de los elementos físicos y psíquicos mientras que el último establece una clara separación.
“Muchos autores afirman que las sociedades occidentales temen, detestan, destruyen y también reverencian a los indígenas precisamente porque expresan aquellos aspectos psicológicos personales y culturales que tenemos que reprimir para actuar en el mundo como lo hacemos. ¿Cómo podría existir hoy la Civilización Occidental tal como es si un gran número de sus ciudadanos creyera que los minerales, los árboles y la tierra misma están vivos? ¿Y no solo que están vivos, sino que son nuestros iguales? Nuestra sociedad desaparecería si de pronto creyera que es sacrílego extraer los minerales de la tierra o comprar y vender terrenos […]” (Piquero, 2017).
En este sentido, el animismo de Taylor puede trasladarse de la vida de los minerales a la vida de los símbolos; cada símbolo tiene su propia ánima, única, viviente e imperecedera.
El Triángulo y el Rombo
Lomas establece que en Catakhöyük, actual Turquía –uno de los primeros asentamientos agrícolas– se encontraron los primeros símbolos relacionados con la agricultura: “El símbolo de la agricultura comenzó como un símbolo de la feminidad, porque fue difundido por mujeres”, uniendo de forma intrínseca la fertilidad con la polaridad femenina, la creación y el sustento de vida con el sustento de la mujer. “Los símbolos realistas de la feminidad se vincularon con los símbolos emotivos geométricos de la agricultura”. Dentro de este contexto, se encuentra muy presente el símbolo del triángulo y el rombo –en su forma dual–. Aunado a esto, para Tresidder,
El simbolismo del triángulo púbico femenino y la vulva a veces se hacía más específico por la adición de una corta línea interior trazada desde el vértice inferior. En China, el triángulo parece ser siempre femenino. Los triángulos femeninos y masculinos que se unen en los vértices indican unión sexual. Con la interprenetración para formar un hexagrama simbolizan la síntesis, la unión de los opuestos. Horizontalmente, con las bases unidas, dos triángulos representaban la luna creciente y menguante. Como figura plana más simple, basada en el número sagrado tres, el triángulo era signo pitagórico de la sabiduría, vinculado con Atenea.
Esta última representación es análoga a las distintas acepciones de las Trinidades religiosas y filosóficas. El autor prosigue:
Tanto en el judaísmo como en el cristianismo, el triángulo era el signo para Dios. El Dios de la Trinidad cristiana a veces se representaba con un ojo dentro de un triángulo o con una figura venerable con un halo triangular. La alquimia utilizaba triángulos con pico hacia arriba y hacia abajo como los signos para el fuego y el agua.
Si bien estos múltiples significados fueron evolucionando de forma o escalas con el tiempo, sus rastros primitivos se remontan a la relación de la feminidad dual, la vida y la muerte que acompañaban el proceso de conversión de la humanidad nómada a sedentaria a través de la agricultura: “El triángulo invertido es un símbolo de la vulva y del útero donde germina la vida y que da a luz. […] El triángulo que mira hacia arriba formado por las piernas abiertas de una mujer, simboliza a la muerte y al útero como una tumba” (Lomas, 2011). En este sentido, el significado más primitivo del triángulo nos remite a la Diosa Blanca y la Diosa Oscura, la vida y la muerte, la creación y la regeneración, en un contexto psíquico donde no existe una separación entre la feminidad y la agricultura –así como entre el hombre y la naturaleza– y el sembrar una semilla se convierte en la analogía de entrar al útero de la madre.
Como consecuencia, Jack Tresidder interpreta el rombo de la siguiente manera:
Gráficamente, símbolo de la matriz de la vida, la vulva, la fertilidad y, en algunos contextos, la inocencia. […] Las formas de rombo aparecen con simbolismo de fertilidad en la falda de jade de la diosa mexicana de ríos y lagos, Chalchiuhtlicue, la consorte del dios Tláloc. En Mali, una media forma de rombo con un punto en el otro extremo era símbolo de una mujer joven.
En el arte cristiano, el símbolo de rombo de las diosas de la fertilidad se adaptó como un símbolo de virginidad en la adoración de la Virgen María, la cual se muestra por convención con una mandorla, también conocida como vesica piscis (“vejiga de pez”), una forma de rombo con una aureola.
Esta última relación del rombo con la especie marina está estrechamente ligado con el útero, pues ambos comprenden un espacio oscuro y húmedo. Esta analogía puede relacionarse a su vez con la sacralidad de las cavernas donde se realizaron las primeras expresiones simbólicas –oscuras y húmedas de igual manera–.
El simbolismo tanto del triángulo como el rombo, se encuentra desde sus manifestaciones más remotas íntimamente unido a la forma geométrica análoga tanto del cuerpo femenino como la fertilidad en la semilla, y, siendo estas las representaciones en pinturas o petroglifos[4] más antiguas –además de los primeros indicios de la capacidad de síntesis abstracta de la humanidad parietal–, establece la importancia de la presencia femenina como la energía creadora y destructora suprema. En su libro “Mitología Salvaje”, Guillermo Piquero (2017) indica que “el principio femenino de la naturaleza podría definirse como toda energía receptora capaz de acoger en su seno la germinación de cualquier forma de vida. Representa la vida manifiesta, el aspecto material y tangible de la Madre Naturaleza. De ella venimos y a ella regresamos en un ciclo incesante de vida, muerte y renacimiento”.
El autor prosigue:
A esta percepción maternal de la naturaleza sin duda contribuyó el tipo de organización social de las primeras comunidades humanas. Todo parece indicar que la organización social de los clanes paleolíticos era matrifocal, en el sentido de que los grupos humanos estaban estructurados a partir de un núcleo central formado por mujeres de varias generaciones.
Aunado a esto, las primeras estatuillas fabricadas en la humanidad, las incorrectamente llamadas “Venus Paleolíticas” eran una serie de figurillas que representaban esta fuerza de índole femenina. Pese a que estas consistían en imágenes antropomorfas, sus primeras manifestaciones geométricas análogas fueron el triángulo y el rombo respectivamente.
En síntesis, es acertado concluir que estas dos figuras geométricas en su más pura esencia representan la energía de vida –femenina– en sus diferentes facetas y posibilidades, aludiendo a la importancia de esta polaridad para el sustento de la vida primitiva; la referencia a lo que la antropóloga Marija Gimbutas se refería como La Gran Diosa (Piquero, 2017).
La Espiral
Otro de los símbolos incipientes que se encuentra dentro del arte paleolítico y que en conjunto con los rombos adquiere un significado distinto, pero que de forma independiente engloba muchos aspectos de la cosmovisión primitiva: la espiral.
“Desde los tiempos más antiguos, [la espiral es el] símbolo dinámico de la fuerza vital, cósmica y microcósmica. Las formas de espirales se ven en la naturaleza desde las galaxias celestes hasta los torbellinos y remolinos, de las serpientes enrolladas o las conchas cónicas hasta los dedos humanos, y (como la ciencia ha descubierto) hasta la estructura de doble hélice del DNA en el núcleo de cada célula. En el arte, las espirales son uno de los motivos decorativos más comunes […] [si bien el] simbolismo de los motivos decorativos de espiral es muchas veces más inconsciente que consciente.
Talladas en megalitos, las espirales sugieren un viaje laberíntico a la vida más allá de la muere y quizá una vuelta. Las serpientes en espiral en el caduceo (y las dobles espirales en general) sugieren un equilibrio de principios opuestos, el significado del motivo yin-yang, que en sí es una forma de doble espiral. Las fuerzas del vórtice en el viento, el agua o el fuego, sugieren ascenso, descenso o la energía giratoria que mueve el cosmos”.
Tresidder continúa:
“Al añadir momento giratorio a una forma circular, la espiral también simboliza el tiempo, los ritmos cíclicos de las estaciones y del nacimiento y la muerte, el crecer y menguar de la luna y el sol (a menudo simbolizado por la espiral). Como la “serpiente” yoga en la base de la columna vertebral, la forma de resorte de una espiral sugiere un poder latente. La espiral que se desenrolla es fálica y masculina, la espiral desenrollada es femenina, lo que también hace de la espiral doble un símbolo de fertilidad.
La espiral como línea abierta y fluida sugiere extensión, evolución y continuidad, movimiento concéntrico ininterrumpido y el movimiento centrípeto, el ritmo mismo de la respiración y la vida en sí”.
Esquematizando, el símbolo de la espiral –que data de hace unos 70,000 años a.C.– representa la energía vital, la fuerza neutral, el prana de los hindús, el ki de de la medicina china tradicional o la luz astral del ocultismo occidental cuando se presenta de forma individual. En su manifestación dual, la neutralidad se polariza en dos sentidos, aludiendo a las parcialidades que conforman el equilibrio en todos sus aspectos.
Si bien al mencionar el arte rupestre las primeras imágenes que se forman en nuestra mente son búfalos, bisontes y caballos, Lomas indica que “Los dibujos de bestias y personas no son los que más influyen en los seres humanos. En cambio, los símbolos que realmente nos afectan son las figuras geométricas”. Esta especificación es importante porque la relación con las formas ha trascendido y permanecido durante toda la existencia humana, y los patrones de rombos o espirales que aún vemos en diseños de joyas, textiles y arquitectura, tienen su origen dentro de las primeras manifestaciones de la humanidad.
SÍMBOLO, CAZA Y MAGIA SIMPÁTICA
Pese a que la geometría de los símbolos previamente mencionados alude a la explicación de las fuerzas naturales que conformaban la cosmovisión paleolítica global, cumplía otra función que puede verse más fácilmente representada cuando estas manifestaciones oscilaban entre figuras concretas y representaciones animales. Esta se relaciona con la actividad que ejercía el chamán[5] en sus respectivos clanes: conectar al mundo físico con el mundo espiritual[6]:
Los dibujos de animales se remontan a la Edad de Hielo (entre 60,000 y 10,000 años a.C.). Fueron descubiertos en Francia y España a finales del siglo pasado […]. De acuerdo con el historiador de arte alemán Herbert Kuhn, no es posible convencer a los habitantes de las zonas en donde se encuentran estas pinturas de acercarse a las cavernas, acaso dominados por una especie de temor religioso o de medio a los espíritus que rondan las rocas y pinturas. […] En el siglo XV, el papa Calixto II prohibió las ceremonias religiosas en la ‘caverna con los dibujos de caballos’. […] Esto demuestra que las cavernas y las rocas con las pinturas animales siempre se han percibido instintivamente como lo que eran originalmente: sitios religiosos. El poder espiritual del sitio ha sobrevivido el paso de los siglos.
¿Pero por qué pintar caballos, búfalos, ciervos? Para explicar la importante relación del hombre primitivo con los animales, Piquero indica:
Los animales tienen un poder destacado porque son poseedores de una fuerza vital y un poder físico que sobrepasan a los humanos, como volar, tener garras, sobrevivir bajo el agua, etcétera; en especial algunos animales, como los grandes felinos, los osos, los venados, los bovinos, las aves y los reptiles. […] Por estos lazos, los animales son también demiurgos entre los humanos y lo Otro, aquello que es lo más lejano y extraño: los misterios de los cielos, del inframundo, de la vida y de la muerte.
[…] En lo que concierne a los ritos de caza, se pueden distinguir dos tipos principales: por una parte, los que incitaban a los animales a dejarse descubrir y capturar voluntariamente, y, por otra, los que debían garantizar al animal abatido un trato adecuado […]
En este sentido, cualquier figura grabada o pintada en relación con el animal, adquiría un significado religioso, entre el cuál podía destacar el ritual propiciatorio de la caza –capturar el espíritu del animal–. Dentro de este contexto, Daniel Utrilla narra para la revista Antiqvae un descubrimiento en el sureste próximo a Moscú de unos restos de una antigüedad entre 22,000 y 16,000 años (Piquero, 2017):
La joya del descubrimiento es un bisonte de marfil de mamut cuyo uso como objeto religioso ha sido documentado […] Amirjanov explica que la figura era utilizada como tótem en rituales mágicos anticipatorios de la cacería: primero imitaban la caza de la estatuilla, le rompían las patas, le pintaban el pecho con ocre rojo y luego escenificaban su funeral.
Este hallazgo nos remite al uso ritual de los símbolos con el objetivo de manifestar de forma física la representación litúrgica, modus operandi que se ha utilizado en todas las tradiciones mágicas alrededor del mundo bajo el principio de “imitación” o “simpatía”, conocido también como magia simpática. Los principios metafísicos de este conjunto de premisas son la base de prácticas como la quiromancia[7] y las prácticas en muñecos análogos a personas determinadas dentro de la religión vudú (Frazer, 2011). En este sentido, el etnólogo Henri Breuil propuso a través de su estudio de las pinturas rupestres de Lascaux, Francia, que, en efecto, “las escenas de arte parietal en las que se representaba a un animal eran una forma de magia empática, destinada a facilitar la caza y captura real del animal” (Sanchidrán, 2008).
INTEGRANDO: SÍMBOLO, ARTE Y EVOLUCIÓN
Tomando en cuenta que el símbolo es el antecesor de la obra artística, o que esta en su totalidad es un símbolo, la evolución del arte es también una evolución –o involución, dependiendo del punto de vista– del inconsciente personal y colectivo a través de la obra simbólica. Una pieza, –independientemente de su complejidad– transmite un concepto inefable, inconsciente, más allá de las capacidades del lenguaje y el raciocinio. Puede manifestar una situación, una emoción, un estado de la consciencia, un lugar físico, un lugar mental, la psique de un individuo, la psique colectiva; y además influye en cada uno de nosotros de manera particular e irrepetible.
La capacidad de abstraer conceptos complejos de un medio pictórico es análoga a la complejidad de las posibilidades infinitas que constituyen al ser humano. El uso y conocimiento de los símbolos dio pie al desarrollo de otros inventos que contribuyeron a la evolución continua, mientras que su sentido práctico fue paralelo a la necesidad de trasladar al plano físico aquello que existía solo en el plano mental –y de tal magnitud que no podía permanecer solo en un estado etéreo–. Además, fue el uso del símbolo el que dio origen a la invención de la escritura y como consecuencia a la posibilidad de registrar la historia, de hacer un recuento de las especies biológicas y de escribir los tratados más sublimes de filosofía. Es gracias a este sentido humano que podemos apreciar las galerías de arte, interpretar piezas musicales o dedicar un poema de amor.
Pese a que su historia es extensa, el uso de los símbolos no ha desaparecido, sino que ha evolucionado hasta devenir en los íconos de las marcas que lideran el sistema económico y toda la corriente sociocultural que se extiende tras ellas. Aunado a esto, teniendo en cuenta que incluso el lenguaje –compuesto por palabras–, es en realidad un conjunto de símbolos conceptuales que evoca una imagen distinta en cada individuo –incluso tratándose de la misma lengua–, observamos que la abstracción se encuentra presente hasta en los conceptos más lógicos, racionales y “objetivos”.
Sin importar la época o el contexto, irrevocablemente los símbolos ejercen un poder magnífico en la humanidad. Son la coyuntura evolutiva, la clave para la transmisión del conocimiento, el canal para expresión de una idea y, por sobre todas las cosas, el lenguaje simbólico es el lenguaje de la naturaleza.
REFERENCIAS
APA Dictionary of Psychology. (s.f.). Unconscious. Obtenido de American Psychological Association: https://dictionary.apa.org/unconscious
Frazer, J. G. (2011). La Rama Dorada: Magia y Religión. México: Fondo de Cultura Económica.
Harner, M. (2000). La Senda del Chamán. Ahimsa Editorial.
Jiménez, N. F. (2010). Schaman, el hombre de conocimiento. Barcelona: ESDI.
Jung, C. G. (1968). Man and his Symbols. United States of America: Dell Publishing.
Lomas, R. (2019). Símbolos de la Masonería. Países Bajos: Librero.
Piquero, G. (2017). Mitología Salvaje: Reconstruyendo la cosmovisión indígena europea. Granada: CAUAC.
Sanchidrán, J. L. (2008). Manual de Arte Prehistórico. España: Ariel.
Tresidder, J. (2008). Diccionario de los Símbolos. Londres: Duncan Baird Publishers.
PIE DE PÁGINA
[1] Una de las técnicas para el grabado de petroglifos fue la percusión, similar a la de cincel y martillo moderna. [2] Morfología humano-animal, ya sea parcial o completa. [3] “Un modo de compromiso o tipo de actividad mental en el que los límites entre lo natural y lo espiritual, entre uno mismo y el propio entorno, se superan o no se establecen del todo. El término fue introducido por el filósofo y etnólogo francés Lucien Levy-Bruhl (1857-1939), quien sostuvo que la participación mística es una característica de las llamadas culturas primitivas” (APA Dictionary of Psychology, s.f.) [4] Diseños simbólicos tallados o grabados en roca. También conocidos como grabados rupestres. [5] “La palabra Shamán procede de la lengua de los evenks de Siberia. […] Contiene la raíz del verbo scha que significa saber, con lo que chamán significa: alguien que sabe, es decir, un sabio” (Jiménez, 2010) [6] “El chamanismo no es un sistema de creencias, […] los chamanes no creen en espíritus, los chamanes hablan, interactúan con ellos. […] Esto es muy importante, porque el chamanismo no es un sistema de fe” (Harner, 2000). [7] Adivinación del futuro, pasado o presente observando las líneas de la mano.
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